La autoridad del liderazgo
Resulta una constante histórica reprochar al presente la pérdida de determinadas características pretendidamente positivas del pasado. Sucede en todos los campos y es tan antigua como la propia historia de la humanidad. Hace cuatro mil años en Babilonia ya decían que "la juventud de ahora no será nunca como la de antes"; o en tiempo de Sócrates ya se afirmaba que "nuestra juventud no hace caso de las autoridades ni tiene ningún respeto por las personas mayores".
Cuando ahora oímos que nuestros maestros han perdido la autoridad de sus alumnos, que hay que recuperar la consideración que anteriormente tenían, ¿estamos expresando un problema nuevo o quizás sólo estamos reproduciendo reproches seculares y poco originales? Sin ningún tipo de duda, no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, ni socialmente, ni mucho menos educativamente. El pasado lo solemos filtrar desde una memoria selectiva que idealiza lo que anhela y olvida lo que desprecia.
Dicho esto, hoy el respeto al maestro no es el mismo que hace veinte, treinta o cuarenta años. La autoridad vinculada al poder social del profesor se ha debilitado. Ahora bien, hay que distinguir entre el poder que ejerce el docente, que le viene dado institucionalmente, y la autoridad que le otorga el liderazgo pedagógico, algo mucho más relevante. Esta autoridad se la tiene que ganar todos los días con la relación educativa y, al fin, será reconocida por alumnos y familias.
Por lo tanto, las medidas para reforzar la pretendida autoridad del profesorado por la vía de un mayor reconocimiento jerárquico de su poder institucional podrá conseguir, quizás, disuadir ciertos comportamientos antisociales pero no recuperará el respeto o liderazgo educativo si este se ha debilitado o, peor, si no se ha sabido ganar nunca.
Habrá que preguntarse si la actual función profesional que le exigimos al maestro y profesor hace realmente compatible que pueda ejercer, en el aula, un liderazgo basado en el reconocimiento de su ascendiente ético y ejemplar hacia los alumnos. Entre todos tenemos que favorecer la viabilidad y vigencia (formación, autonomía, confianza) de la figura de un docente comprometido con el trabajo, competente académicamente, cercano a sus alumnos y garante de la creación de un clima de aula que haga posible la convivencia, el aprendizaje y también, como consecuencia -no a priori-, posibilite unas relaciones de total respeto entre todos los miembros de la comunidad escolar desde la autoridad ganada y, eso sí, ejercida con plenitud de convencimiento y grande capacidad de liderazgo.
E. ROCA CASAS, coordinador de Edu 21 y profesor de la facultad de Ciencias de la Educación (UAB)
http://www.lavanguardia.com/opinion/temas-de-debate/20120513/54292556988/maestros-en-busca-de-la-autoridad-perdida.html?page=2 enric_LVG2.pdf