24 octubre 2011
Ignacio Morgado (La Vanguardia)

Claves científicas para una enseñanza de calidad

En el maltrecho y revolucionado mundo de la educación, no vendrá mal una reflexión sobre cómo el cerebro aprende y adquiere conocimientos, algo que puede ayudarnos a potenciar lo bueno que ya tengamos y a evitar errores que pudieran empeorar la situación. Cuando aprendemos, se activa en el cerebro un complejo proceso de decenas de moléculas químicas para formar nuevas conexiones entre las neuronas o fortalecer las ya existentes. Puede durar desde horas hasta meses, y resulta crítico para establecer memorias consistentes y duraderas. Para aprender, hay que establecer las condiciones que activan y facilitan ese proceso. La práctica y la repetición permiten formar conexiones rígidas entre las neuronas, que es lo que requiere la adquisición de hábitos, como aprender a conducir o a tocar el piano. Pero cuando los hábitos que queremos adquirir son mentales, como aprender una nueva lengua, no prestamos mucha atención a la práctica y erramos repetidamente intentando conseguirlo con un par de clases a la semana. Además, en la infancia el cerebro es muy plástico y tiene más capacidad para establecer conexiones rígidas entre las neuronas que en otras épocas de la vida. Ello es especialmente relevante para adquirir una nueva lengua, sobre todo su fonética, pues hay estudios científicos que muestran que nacemos con una parte de la corteza cerebral especialmente capacitada para albergar las representaciones de las lenguas que adquirimos en la temprana infancia, estableciéndose en áreas menos habilitadas para hacerlo cuando las adquirimos tardíamente (Nature,30 julio, 1997). Sólo la inmersión lingüística temprana y la práctica continuada garantizan un conocimiento preciso y fluido de una nueva lengua.

Sin embargo, para adquirir conocimiento semántico, como una materia literaria o científica, más que unas pocas y rígidas conexiones hay que establecer múltiples y flexibles conexiones en el cerebro, es decir, hay que formar memorias relacionales y flexibles, susceptibles de evocarse en situaciones o contextos diferentes del original. El modo de conseguirlo ahora no consiste en repetir, sino en comparar, en el contraste entre múltiples informaciones. Actitudes pasivas, como la simple lectura o la toma de apuntes sin objetivos precisos, no sirven, pues tienden a formar memorias rígidas, poco útiles cuando se trata de evocar el recuerdo en un contexto o modo diferente del original. Sí sirven procedimientos como resumir lo esencial de un texto, comparar diferentes informaciones, responder a cuestiones concretas, hacer inferencias o deducciones sobre la información o buscar nuevas soluciones para los problemas. Son formas útiles en todos los niveles de enseñanza y suelen ser las que usan los buenos profesores. La mejor forma de aprender es enseñar, por lo que la mejor forma de enseñar es inducir al alumno a tratar también de hacerlo. Tampoco debemos engañarnos creyendo que ya sabemos algo simplemente porque esa es la impresión mental que tenemos. Hay que demostrarlo prácticamente, reconstruyendo el conocimiento adquirido, lo cual es un buen modo de aprender, pues induce a la comprensión de ese conocimiento y nos descubre las lagunas que tengamos sobre el mismo. De ahí las ventajas de los exámenes o pruebas orales, pues incitan al tipo de estudio que garantiza la comprensión de lo aprendido y la flexibilidad en su expresión. Un estudio reciente con ochenta alumnos de instituto en EE. UU. ha mostrado que la técnica de aprendizaje que produjo mejores resultados consistió en explicar lo que se ha aprendido (Science,11 febrero 2011).

El mejor modo de enseñar es el que incita la estructura mental que guía el aprendizaje favoreciendo los procesos cerebrales requeridos en cada caso. El aprendizaje activo es siempre la clave, tanto si se trata de repetir para adquirir hábitos, como de comparar o reconstruir el conocimiento para establecer las relaciones funcionales que dan flexibilidad a las memorias. Nada de ello se opone a la libertad de cátedra, pues son muchos y variados los procedimientos pedagógicos que permiten alcanzar esos objetivos. Pero sí se oponen a ello las rigideces en la planificación académica y los procedimientos que, impidiendo dicha libertad, acaban convirtiendo la enseñanza en rutinas burocratizadas. En definitiva, no son muchas las reglas críticas para una enseñanza de calidad, incluida la que permite a cada enseñante adaptarlas a sus propias condiciones y experiencia.

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